sábado, 8 de marzo de 2008

Pozos de Ambición


Habrá Sangre sería la traducción literal del título original de la película. Una frase que resume perfectamente la intencionalidad del director y que nos indica que la finalidad de su historia es mostrar los orígenes de una nación que se ha cimentado bajo la premisa de causa-consecuencia: acción-reacción.
Pozos de Ambición se ambienta a finales del siglo XIX y principios del XX en el Oeste de los EE UU. Las primeras perforaciones para encontrar petróleo se dan en la zona: miles de dólares que se encuentran bajo la corteza terrestre esperando a que cualquier hombre arriesgado y sobre todo ambicioso dé con ellos. Uno de estos perforadores es Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) que junto a su hijo adoptivo (Dillon Freasier) y a su poder de convicción van sembrando la tierra por donde pasan de pozos petrolíferos.
Mención aparte merece el actor protagonista: Daniel Day-Lewis. Es muy probable que si este papel lo hubiera tomado otro actor, la película no fuese tan buena. Por otro lado muchas son las leyendas que corren acerca de sus métodos de trabajo, sin embargo los resultados saltan a la vista aunque sólo haya aparecido en 4 películas en los últimos 10 años: The Boxer (Jim Sheridan, 1997), Gangs of New York (Martín Scorsese, 2002), la inédita en España The Ballad of Jack & Rose (Rebecca Miller, 2005) y la que nos ocupa. En la pantalla no vemos a Daniel Day-Lewis sino al propio Daniel Plainview, lo mismo que ocurría con Bill “el Carnicero” Cutting o con Christy Brown en Mi Pie Izquierdo (Jim Sheridan, 1989) por citar algunas de sus interpretaciones más representativas.
Pero no todo el mérito es de los actores: Paul Thomas Anderson ha demostrado que su estilo cada vez se va definiendo más y que está a la altura de otros grandes cineastas norteamericanos actuales. Perteneciente a la hornada de cineastas norteamericanos que se dieron a conocer en los 90 junto con grandes nombres como Quentin Tarantino, Spike Jonze, Todd Haynes o Wes Anderson, que se criaron devorando cintas de vídeo de los grandes clásicos (y de los no tan clásicos, como es el caso de Tarantino), Anderson demuestra en cada producción su estilo y va desprendiéndose de las imágenes de otros.
En la película que nos ocupa, donde Anderson se encarga hasta de la producción, consigue expresar temas tan complejos como la ambición del ser humano dentro de una sociedad que se está formando. Pero va más allá de la situación histórica donde se refleja. No importa qué suceda durante las primeras etapas de extracción de petróleo en Estados Unidos: se puede extrapolar a la gran mayoría de la población mundial en general y a la situación de cada uno en particular. El hombre es egoísta y ambicioso por naturaleza (cada uno en mayor o menor medida), es algo innato, y el ejemplo que utiliza Anderson para demostrarlo es mucho más que válido.
El otro gran tema que nos expone el director es el cómo se formó la base económica de la primera potencia mundial. Como en todo camino donde hay un ganador y un perdedor, el más listo o el más rápido es el que se lleva el triunfo. Así el que quería ser el primero, en este caso Plainview, no debía tener ningún tipo de escrúpulos para conseguir sus metas, aunque para ello tuviera que hacer desaparecer a su hijo o a cualquier otro competidor con artimañas no demasiado aceptables: si Michael Moore critica la política norteamericana centrando sus golpes en el presidente, la cabeza visible del sistema, Paul Thomas Anderson prefiere dirigir su mirada hacia el corazón económico de la sociedad estadounidense: el petróleo. Por eso nos encontramos ante una historia mucho más visceral, que muestra cómo se formó un país políticamente correcto a partir de una lucha amoral donde el oro negro estaba por encima de cualquier cosa.

No hay comentarios: