lunes, 8 de febrero de 2010

Avatar


Hay algo de lo que Avatar no puede presumir: su originalidad. La película es el ejemplo perfecto de la filosofía cinematográfica estadounidense: una cinta exageradamente cara que está destinada a ser un auténtico blockbuster durante años y que ha enfocado todo su esfuerzo en el apartado visual, para que el espectador se deje asombrar fácilmente sin buscar nada más allá.
Por supuesto que encontramos escenas en Avatar que nos dejarán con la boca abierta, vertiginosos picados y enormes planos generales que asombrarán al más escéptico. James Cameron tiene muy claro lo que quiere mostrar en pantalla, y ese es quizá el punto débil de la película. Sólo está interesado en sorprender al espectador con el ilusionismo digital que sólo puede conseguir un ordenador: el guión, y por lo tanto la historia, son una simple excusa para mostrarnos todos esos animales y los seres azules de tres metros. Así se suceden las espectaculares escenas pero sin ningún sentido apararente, simplemente para demostrar hasta dónde ha podido llegar Cameron con sus efectos especiales. Es verdad que actualmente no podemos compararlo con nada, no existe ninguna película que pueda presumir de esos efectos visuales, pero tampoco existe ninguna que alardeé de haber tenido ese presupuesto y lo haya desaprovechado en realizar escenas vacías.
Es realmente decepcionante encontrarnos con un director que, con la libertad tan grande con la que ha trabajado en esta película, no haya querido ir más allá y darla un sentido filosófico o incluso con unos personajes un poco más trabajados, especialmente viniendo del mismo realizador de Terminator 2. La historia se podría resumir en una revisión de Pocahontas, sólo que en vez de llegar a América, se desarrolla en otro planeta: Pandora. Las tropas estadounidenses llegan allí para "pedir amablemente" a sus habitantes que se vayan y así poder explotar los yacimientos de un metal carísimo. Además, la mayor concentración de dicho metal se encuentra, casualmente, bajo el árbol madre que adoran los enormes seres azules y que, lógicamente, no lo quieren abandonar. Así se produce el inevitable conflicto que se preveía desde el principio de la película pero que se va retrasando por los intentos de negociación de los estadounidenses. ¿Acaso alguien esperaba que funcionasen? Si hubiera sido así, Cameron se habría quedado sin sus mejores escenas de acción y la película habría tenido menos sentido aún. Todo es tan previsible que no deja lugar a la sorpresa y el espectador tiene contínuamente la sensación de que eso ya lo ha visto: ya hemos visto millones de veces esas películas donde el protagonista cree que está con los buenos pero cuando conoce a los malos se pone de su parte. Temas como los prejuicios, la toma de territorios que no son suyos por parte de los que en principio son los buenos o la ecología se han tratado hasta la saciedad en el cine norteamericano. Lo peor de todo es que Cameron los utiliza de una manera tan estereotipada que no despierta ninguna inquietud en el espectador.

1 comentario:

Cinefrenia dijo...

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