domingo, 24 de mayo de 2009

¿De qué planeta vienes, tío?

La ola de remakes ha alcanzado a un clásico de los cincuenta que cumplió su objetivo: adoctrinar y entretener sin necesidad de presupuestos desorbitados ni ínfulas narrativas. Más de medio siglo después de que el gran Robert Wise correspondiera a su justificada fama de cineasta multigenérico con una de sus contribuciones a la ciencia-ficción, la factoría hollywoodense saca a la luz lo que viene a ser una actualización de la misma, aunque sin tener en cuenta la modestia y cordura argumental presentes en la obra primigenia.

Toca “Ultimátum a la tierra” como bien podría haber sido una parecida que todavía quedase por contaminar. Le llegó el turno a ésta y no a otra por la sencilla razón -presentada por el patán que la protagonizó como ejemplo de lucidez mental- de un aire dado a determinado preboste de multinacional en el momento de acceder a una sala cuya pared incluía un cartel del film realizado alrededor de medio siglo antes. Clarividencia la del señor en cuestión, a lo mejor; sentido de lo necesario para llevar a cabo dicha empresa con un mínimo de dignidad, nunca.

Hace tiempo que el cine se halla en manos de majaderos con semejantes iluminaciones que han heredado cierto caudal de bienes relacionados con la producción, distribución o exhibición de películas y gracias a ellos, millonarios todos de cualquier forma, el séptimo arte es ahora lo que es. Esperemos que sus traseros orondos nunca escondan la putrefacción de unas almas condenadas a la hoguera por eliminar la fábrica de lo que un día fueron sueños.

Aburrimiento es la palabra que define la sensación provocada por una trama nunca participativa de sorpresas ni sensaciones lógicas en una aventura imperiosamente necesitada de tensión. Incredulidad es el término afín al desarrollo de una sarta de situaciones en las que lo más obvio impide cualquier pensamiento del espectador respecto a lo aún por contar.

“Ultimátum a la tierra” era un alegato contra la carrera del armamento nuclear con excelente atmósfera del mejor cine negro que en la coyuntura hoy en día puesta en pantalla sólo ofrece irritantes fórmulas de adocenamiento, de vulgar método para dibujar un relato protagonizado por extraterrestres donde ni siquiera el artificio visual, sostén fílmico en el siglo XXI, encuentra una forma para eludir la simpleza.

Scott Derrickson, en su día colocado en la lista a través de la cual los productores disponen futuros proyectos merced a “El exorcismo de Emily Rose”, firma esta versión modernista cuyo prosaísmo domina una imposible narración, anodino prólogo incluido, extenuada desde su inicio en el intento por moralizar a la raza humana a lo largo y ancho de su triste deambular por inhóspitos parajes medioambientales.

La línea a seguir por este subproducto subido a carreras al tren de lo que en nuestros días puede ser proclive a venta posee, sólo en fases a conveniencia del cine demandante en la USA moderna, mensajes de unidad familiar pese al desastre de la misma; actuación rápida y fundamental de las fuerzas armadas estadounidenses aun en climas de inferioridad manifiesta; prestancia y saber estar de un gobierno que tiene en la figura del Presidente al Dios mismo resucitado y puede acabar con un problema ‘ipso facto’ si el mismo no proviene del espacio; sabiduría en el ciudadano de a pie, científico a poder ser, que a fin de cuentas hace grande al país y, por supuesto, al planeta, y, por encima de todas las conclusiones, un Keanu Reeves y un hijo de Will Smith que debieran soportarles sus respectivos y no los partícipes de su sustento.

Valga el maniquí representado una y otra vez por la estatua de “Matrix”, en su orgullo quede alimentar su estómago y el de los que pululen cerca del suyo con tamaña contribución a la parálisis interpretativa, pero aguantar al chavalito del protagonista de “Independence Day” por la sencilla razón de no tener dónde dejarle sus padres resulta lo más insufrible visto en los últimos años. ¿No hay guarderías en Estados Unidos? ¿Quién dijo que el infanticidio, en ocasiones como ésta, no estaba justificado?

Este ultimátum no se lo plantean a la Tierra, sino al espectador.

Por Gerardo Iglesias

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