Sobre nuestras cabezas un haz de luz cruzaba el cine, miles de ácaros revoloteaban dentro de el. Siempre la misma danza, siempre la misma dirección, siempre la misma magia. La sala se hundía en un religioso silencio. Cientos de diablillos unidos por una misma pasión. Pero este silencio religioso era selectivo, duraba lo que podía durar la atención de un infante. Desde el mismo momento en que la película empieza a aburrirlo, este desaparece y se convierte en estruendo y chascarrillo. Era la crítica más feroz, la indiferencia a la pantalla. Rara vez la película triunfaba y cuando lo hacia, cuando nos hipnotizaba, siempre ocurría alguna desgracia. La mas común eran los múltiples cortes que sufría la película, ajada por los miles de pases dados con ella. Cuanto más popular, mas estropeada estaba. Recuerdo ver películas que bien podrían ser resúmenes de esta. Los niños no teníamos aun nuestra carta de derechos por esa época y se aprovechaban los muy canallas.
Otra horrenda costumbre de la época era el intermedio, un corte brusco en la proyección (siempre cuando mas molestaba), con el marchito cartel de “Visite nuestro Bar”. Las palomitas del cine tenían una especialidad, un sabor a viejo y corcho que denotaban su próxima caducidad. Pero éramos niños y nos tragábamos lo que sea.
Otra horrenda costumbre de la época era el intermedio, un corte brusco en la proyección (siempre cuando mas molestaba), con el marchito cartel de “Visite nuestro Bar”. Las palomitas del cine tenían una especialidad, un sabor a viejo y corcho que denotaban su próxima caducidad. Pero éramos niños y nos tragábamos lo que sea.
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